Tango III

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En su delicioso libro “El bazar de los abrazos”, la milonguera y psicoanalista Sonia Abadi nos comparte desde un punto de vista vivencial la pasión por el tango y por el mundo que se teje dentro del circuito de milongas en Buenos Aires. Si recordamos de otros artículos que hemos compartido con ustedes, ubicaremos la palabra “milonga” tanto como un ritmo alegre y vivaz profundamente emparentado con el tango -“el tango es hijo de la milonga” dice el refrán-, como la reunión festiva o melancólica según el cariz personal que se desee darle, donde se comparte el baile, el encuentro con otros y la alegría por vivir la expresión del tango.

Abadi ha recorrido el mundo milonguero durante muchos años, se inició como mera aficionada, curiosa al principio y apasionada después por el contexto complejo, pletórico de códigos y vibrante que es la milonga como reunión o como un espacio para encontrar dimensiones propias muy diferentes de lo cotidiano en cada uno. En un pasaje de su texto, la autora comenta que platicó con muchos extranjeros para entender por qué se habían vinculado con el tango al grado de una afición desmedida y en todos casos la respuesta fue: “por el abrazo”.

Una de las expresiones que dotan al tango de una característica particular no presente en otros ritmos es el abrazo de los bailarines, como enlace de vida y conexión con la pareja, como vínculo que no puede deshacerse a lo largo de la pieza o a veces, de la tanda en la está inmerso. Esta nota distintiva del baile que salta a los ojos de quienes lo presencian por primera vez, es la entrega que se genera en las parejas y se desarrolla, florece a lo largo de la pieza que ejecutan. Es también uno de los elementos que hace que uno poco a poco un novato se enamore, se apasione por la intensidad musical y personal que brinda el tango.

“El Puchi”, añejo milonguero que baila cada domingo en una esquina de la Plaza Dorrego de San Telmo, me comentó una vez que el error de los bailarines jóvenes o de quienes están aprendiendo a bailar es tratar de hacer una reproducción de pasos predefinidos, a la manera de una coreografía memorizada. “Su error” -dijo el Puchi- “… es querer pasar por encima de la bailarina, querer lucir sus habilidades y pasos desconectados del sentimiento y la interpretación del tango. Yo les digo que la dejen a ella libre para su entrega al baile, que la guíen para que ilumine y así está resuelto además el tema del machismo, porque los demás dirán “mirá como la lleva, mirá como la luce…”

Volviendo al Bazar de los Abrazos, Sonia Abadi nos da a conocer a lo largo de sus historias y encuentros de las milongas, muchos elementos que despiertan la curiosidad por acercarse al mundo del baile y la participación, casi meditación con el otro. Dice por ejemplo, que quienes se sumergen en mundo del tango, inician un viaje que ya no tendrá fin ni retorno. En el caso de quien esto escribe esto es completamente cierto.

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Si bien en lo personal había escuchado tangos desde la infancia, conforme he ido aprendiendo a bailar, se me ha mostrado otra dimensión de vida y de comprensión de la música o de mí mismo al proponer la creación de cada pieza. Jamás vuelve uno a bailar de la misma forma un tango, puesto que el baile se improvisa según sea que la emoción y la música nos brinden los elementos para dar el siguiente giro o detenernos, o ligeramente cambiar la cercanía del abrazo para aprovechar un espacio que se haya abierto entre las parejas de la pista. “Una vez que a alguien se le abrieron los caminos de la Milonga ya nada será igual”, dice Sonia.

Para concluir, una cita del “Bazar de los abrazos”, que anticipa lo que viviremos en nuestro próximo encuentro: “En el tango, igual que en la vida, el único dominio del tiempo que tiene la mujer respecto del hombre es frenarlo, nunca apurarlo. Y ese es el arte de ella. El hombre avanza y la mujer resiste, sin mucha convicción, es cierto. Milonguero de ley, ni siquiera necesita marcar. La toma firmemente entre sus brazos y la cobija en su pecho. Se la lleva puesta, “dormida”, y la guía con el fuelle acompasado de su propia respiración. Parecen uno solo, cuerpo y alma. Pero dicen que para bailar el tango hacen falta dos. Y, sin embargo, dos no alcanzan. En esa celebración, hombre y mujer están bailando acompañados. Bailan con la música, lenta o picadita. Con cada orquesta y su estilo único, siguiendo el ritmo o la melodía, el bandoneón o el violín. Con el cantor, que les susurra al oído retazos de sueños o pesadillas. Baila cada uno consigo mismo, su sentimiento, su cuerpo, su oído que transforma la música en movimiento.”

Escuchamos el tango «El Abrojito» de Luis Bernstein y Jesús Fernández Blanco (1926), con Alberto Morán. Del álbum «La embajada del Tango» (1998)

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